viernes, 11 de noviembre de 2011

Esta vez fue por dinero, la próxima ¿por qué?

19 de junio de 2009
Gracias, mama y papa, por tratarme a mí y a mis hermanos siempre con respeto y con amor. NO a la violencia intrafamiliar en Guatemala, Latinoamérica y el mundo.


“Necesito dinero para pagar el colegio de los nenes…” Le dijo con un aire que denotaba desconfianza, miedo más probable.
“¿Y por qué putas se te ocurre decirme hasta ahora, estúpida?” Respondió como de costumbre; gritos, siempre gritos.
“No sé, no sé… Pero lo necesito ya.”
“Pues, mirás de donde te lo sacás porque yo no te doy ni mierda… A ver si así aprendes a hacer las cosas bien y decirme las babosadas con tiempo.”
“¿Y qué? ¿Ahora no le vas a pagar el colegio a tus hijos? ¿Qué sigue después, no pagar ni la luz, ni la comida, ni el agua?"

¿Cómo se le ocurre gritarle a aquel hombre, conociendo perfectamente su temperamento, sus reacciones? Golpes, siempre golpes.

Un pequeño de nueve años, el mayor, prosiguió a reunir a sus dos hermanos en el cuarto; a encerrarlos para no tener que oír ellos lo que él ha oído toda su vida. Ya saben, golpes y gritos, siempre. Pero es inevitable que no lo noten, aunque no entiendan lo que sucede, no están ciegos: pueden ver claramente a su padre ahorcando a su mamá. No lo entienden, pero lo viven; es obvio lo que pasa aunque no sepan el por qué.

El miedo nunca dejaba de invadirlos; siendo tan jóvenes, conocían perfectamente lo que era temer, y aun más lo que era odiar: aquel sentimiento que siempre los encontraba cuando su padre se abalanzaba sobre su madre, peleando porque faltaba dinero, porque la comida no estaba preparada cuando él llegaba, porque ella se negaba a ser su esclava.

“¡¿Por qué no me matás de una vez?!” Gritaba la madre con la nariz sangrada.

Y por fin el niño comprendió; nunca se acabaría hasta que su padre en realidad la matara a golpes. Sabía que no había escapatoria para el círculo maldito en el que vivían: su padre gritaba y la golpeaba, la echaba de la casa. Ella iba a vivir con sus padres por una semana, luego él compraba flores para pedirle perdón; siempre le abría la puerta y recibía sus regalos y disculpas con lo que aparentaba ser una sonrisa.

Mamá se rendía y regresaba a casa, sabiendo que lo mismo volvería a pasar una y otra vez. Más no tenía escapatoria; quería irse y llevarse a sus tres pequeños, pero no tenía trabajo, ni dinero, ni hogar para mantenerlos, no tenía vida en otro lugar. Pero tampoco tenía vida en su propia casa; nunca acabaría.

Si, así fue como el mayor de los niños comprendió y se llenó de valor.
“¡Dejá a mi mamá ya!”
“Mijo, no le hablés así por favor… Andáte con tus hermanos.”
“No, no… Vení para acá, niño cerote. ¡Que vengás te dije!”

Golpes, siempre golpes

No hay comentarios:

Publicar un comentario